Los peligros de la vida cotidiana / reseña de Serafín Valiente

Entrevista de Antonio Díaz (La Tribuna, 20.03.2012)
Y aquel sol de la infancia
Poéticas para afinidades
La pluma de barro
Presentación en Librería Popular (29.03.12)
Presentación en Fnag de Valencia (20.11.2012)
Presentación en la librería Tres rosas amarillas de Madrid (20.12.2012)


Arturo Tendero (Albacete, 1961) se ha especializado en hurgar en los límites de lo cotidiano, allí donde la rutina pierde su capa protectora y nos acechan peligros e incomodidades para los que no estamos preparados. Y lo hace desde todos los géneros, ya que se trata de un escritor polivalente.
Basta leer los títulos de sus poemarios para darse cuenta de por dónde van los tiros: En Adelántate a toda despedida (Pre-textos, 2005) se apoyaba en un soneto de Rilke para hablarnos de la muerte de los seres más cercanos. La memoria del visionario (Visor, 2006) nos acercaba a la infancia, el territorio donde todo parece aún posible, incluso la magia. Y en Cosas que apenas pasan (Hiperión, 2008) nos demostraba que las vivencias más insignificantes, aquellas en las que ni siquiera reparamos, están modulando nuestra vida afectiva y por tanto nos están modelando sin remedio. 

Después de incursiones en el mundo del ensayo, del teatro y sobre todo de la columna periodística, saca a la luz una recopilación de los relatos que ha ido reuniendo a lo largo de los últimos treinta años. El cuento es un género que se presta especialmente para el juego con la realidad y sus límites, ya que permite abrir una ventana por la que nos adentramos en un mundo paralelo durante unas cuantas páginas. Y, en 27 relatos, Tendero pisa los umbrales de la locura desde todos los registros: desde el loco mismo que se sueña un sinfín de seres y que tal vez los sea, en el vertiginoso "Mutante", hasta los etarras que sostienen un duelo verbal, con el pasado común como escenario, en el drama "Un café bien cargado". 

En medio quedan cuentos de ficción científica, con viajeros del tiempo que utilizan una mosca como vehículo o que tratan de volver a nuestra posguerra desde una barraca del futuro que es un vagón de Renfe. Hay incursiones policiacas, como la hilarante "Un muerto menos" y la sutil "Cazadores de espías". Hay varios relatos en los que un vino resulta dar la clave de la historia, como si el autor hubiera querido marcarse ese reto con distintos vinos y las posibilidades que abren. Hay relatos de época, como la conmovedora "Carta a la Lumi", en la que el tonto del pueblo revela su amor a una mujer enferma, antes de marcharse a la mili. Y, sobre todo, y especialmente, están esas historias en las que un elemento entra en escena y desbarata la rutina de los protagonistas. 

A veces es un espejo, otras un vendedor a domicilio, un tipo misterioso que aparece en los váteres del cine o un enfermo que cree que puede traspasar su mal a otras personas por medio del contacto de la mano. A este grupo pertenece "La hora más peligrosa del día", el relato que da título al libro, en el que un tipo baja la basura a la calle y tiene que luchar contra sus miedos, en una titánica aventura de diez páginas, en la que pasan muchas cosas sin que pase nada. 

Ese relato primero da la medida de las posibilidades de este escritor todoterreno que no necesita más que un punto de partida y un puñado de páginas para trasladarnos a otro planeta, sin que hayamos salido de las cuatro paredes en las que nos movemos. Ir y volver de la locura es tan fácil como chasquear los dedos. 

Pero el autor va más allá y nos permite comprobar continuamente que lo maravilloso, lo extraordinario, son tan poco satisfactorios como la rutina misma, y que ni el espejo mágico concede deseos ni el viajero del tiempo que estuvo con Marilyn pudo enterarse del todo de cómo acabó la historia de la actriz aquella tarde legendaria. Así lo constata y lo resume el personaje de otro cuento, "Invisible", en el primer párrafo de su historia: “Como todos los dones que se adquieren sin haberlos merecido ni buscado, la invisibilidad se disfruta la primera media hora. Después es un engorro. Puedo hablar con conocimiento de causa porque yo fui invisible una tarde entera en Venecia.”